lunes, 11 de marzo de 2013

buscando el equilibrio en la ironía


"Es de temer que Thomas Mann, lejos del humor y la ironía que le atribuían algunos de sus lectores y conocidos, estaba siempre aquejado de melancolía, indolencia, ataque de nervios, pánico y torturas sicológicas de variada índole, entre las que ocupaba un lugar destacado la irritación.  A excepción de Proust (pero tan de otro modo) , nadie como él explotó la asociación entre enfermedad y artisticidad, y en ese sentido puede decirse que desde siempre fue un anticuado, ya que dicho vínculo tenía al menos un siglo de vida cuando él publicó su primera novela, Los Buddenbroock, en 1901. Lo curioso del caso es que sus males y sus angustias eran de lo más estable: no le abandonaban en ninguno de los lugares en que se vio obligado a vivir, exiliado de Alemania desde antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, aunque después del Nobel, que recibió en 1929 con mucha naturalidad.  Lo que hace a su figura más noble es, a la postre, su inequívoca oposición al nazismo, desde el principio y hasta el final, aun cuando sus ideas políticas y apolíticas no fueran nunca muy claras ni quizás muy recomendables: lo que le parecía más deseable, en oposición tanto al fascismo como al liberalismo, era una "dictadura ilustrada", expresión en la que el adjetivo es demasiado vago y connotativo como para que no sea el sustantivo lo que prevalezca en todo caso."

Vidas escritas - Javier Marías


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