Fue preciso pedir camas y hamacas a los vecinos, establecer nueve turnos en la mesa, fijar
horarios para el baño y conseguir cuarenta taburetes prestados para que las niñas de uniformes azules y botines de hombre no anduvieran todo el día revoloteando de un lado a otro. La invitación fue un fracaso, porque las ruidosas colegialas apenas acababan de desayunar cuando ya tenían que empezar los turnos para el almuerzo, y luego para la cena, y en toda la semana sólo pudieron hacer un paseo a las plantaciones. Al anochecer, las monjas estaban agotadas, incapacitadas para moverse, para impartir una orden más, y todavía el tropel de adolescentes incansables estaba en el patio cantando desabridos himnos escolares. Un día estuvieron a punto de atropellar a Úrsula, que se empeñaba en ser útil precisamente donde más estorbaba. Otro día, las monjas armaron un alboroto porque el coronel Aureliano Buendía orinó bajo el castaño sin preocuparse de que las colegialas estuvieran en el patio. Amaranta estuvo a punto de sembrar el pánico, porque una de las monjas entró a la cocina cuando ella estaba salando la sopa, y lo único que se le ocurrió fue preguntar qué eran aquellos puñados de polvo blanco.
-Arsénico -dijo Amaranta.
Cien años de soledad - Gabriel García Márquez
"lo que se puede pensar se puede pensar claramente, lo que se puede decir se puede decir claramente, pero no todo lo que se puede pensar se puede decir."
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martes, 21 de mayo de 2013
lunes, 3 de diciembre de 2012
debilidad femenina
“No sé que
ocurrirá ahora, pero en mi infancia he tenido muchas veces ocasión de ver y oír esas poseídas de los pueblos en los monasterios. Las llevaban a misa y ahí gritaban y
aullaban, pero cuando exhibían el santo sacramento y ellas se acercaban a él,
la “crisis demoníaca” cesaba inmediatamente y las enfermas se apaciguaban por
un cierto tiempo. Cuando aún era niño,
aquello me sorprendía y me llamaba mucho la atención. Entonces oí a algunos hacendados
propietarios y a algunos maestros de la ciudad responder a mis preguntas que
aquello era una simulación para no trabajar, y que se podría siempre reprimir
mostrándose severo con ellas; y para
justificarlo citaban algunas anécdotas.
Por otra parte, me enteré con sorpresa, por médicos especialistas, de
que no había ninguna simulación, que era una terrible enfermedad de las mujeres
que afectaba principalmente a Rusia.
Provenía de los trabajos abrumadores realizados demasiado pronto después
de partos laboriosos mal atendidos, sin ninguna ayuda médica; por otra parte,
de la desesperación, de los malos
tratos, etc., cosas que ciertas
naturalezas femeninas no pueden soportar a pesar del ejemplo general. La extraña y súbita sanación de una poseída
en el momento en que se le acercaba a la sagrada forma, curación atribuída
entonces a la simulación o a un truco empleado por los mismos “clericales” , se
efectuaba de la manera más natural. Las
mujeres que llevaban a la enferma, sobre todo ella misma, estaban convencidas como de una verdad
evidente, de que el espíritu impuro que la poseía no podría jamás resistir la
presencia del santo sacramento ante el que se postraba la desgraciada. De aquella forma, en una mujer nerviosa y psíquicamente
enferma se producía siempre un trastorno nervioso de todo el organismo, causado
por la espera del milagro de la curación y por la fe absoluta de su
realización. Y el milagro se cumplía
aunque no fuera más que por un momento. "
Los hermanos Karamazov - Fedor Dostoievski
martes, 20 de noviembre de 2012
la ignorancia es la culpable
" Nieta de un conocido nazi e hija de un comunista de carrera, Syliva Lennox ha encontrado un escondrijo rural en Zimlia, donde posee una clínica privada que utiliza material robado del hospital estatal de la zona*
Por desgracia, en ese país de ignorantes aún no se habían enterado de que el
comunismo era politicamente incorrecto, y la palabra "nazi" no
suscitaba las mismas reacciones que en Londres. De hecho, mucha gente
simpatizaba allí con los nazis. Sólo había dos términos capaces de escandalizar
a la gente. Uno era "racista", y el otro "espía
sudafricano".
Rose sabía que Sylvia no era racista, pero como era blanca, la mayoría de los negros estarían dispuestos a creer lo contrario. Sin embargo, bastaría con que un negro enviase una carta al The post en la que afirmase que Sylvia era amiga de los negros para....No, ¿ y si la acusaba de espía? Eso también tenía sus inconvenientes. En esa época, poco antes de la caída del apartheid, la fiebre del miedo a los espías causaba estragos en los países limitrofes de Sudáfrica. Cualquiera que hubiera nacido, vivido o pasado recientemente vacaciones en Sudáfrica, o que tuviera parientes allí, cualquiera que criticase a Zimlia o insinuase que era posible hacer las cosas mejor; cualquiera que "sabotease" un proyecto o una empresa perdiendo o dañando material, aunque se tratara de una caja de sobres o media docena de tornillos; o cualquiera, en fin, que se hubiese granjeado la mínima antipatía de los demás, podía ser tachado, y casi siempre lo era, de espía de Sudáfrica, un país que, por supuesto, hacía todo lo posible para desestabilizar a sus vecinos. En semejante ambiente, a Rose no le costaría convencerse a sí misma de que Sylvia era una espia sudafricana, pero habiendo tantos como había, no le bastaría con eso.
Rose sabía que Sylvia no era racista, pero como era blanca, la mayoría de los negros estarían dispuestos a creer lo contrario. Sin embargo, bastaría con que un negro enviase una carta al The post en la que afirmase que Sylvia era amiga de los negros para....No, ¿ y si la acusaba de espía? Eso también tenía sus inconvenientes. En esa época, poco antes de la caída del apartheid, la fiebre del miedo a los espías causaba estragos en los países limitrofes de Sudáfrica. Cualquiera que hubiera nacido, vivido o pasado recientemente vacaciones en Sudáfrica, o que tuviera parientes allí, cualquiera que criticase a Zimlia o insinuase que era posible hacer las cosas mejor; cualquiera que "sabotease" un proyecto o una empresa perdiendo o dañando material, aunque se tratara de una caja de sobres o media docena de tornillos; o cualquiera, en fin, que se hubiese granjeado la mínima antipatía de los demás, podía ser tachado, y casi siempre lo era, de espía de Sudáfrica, un país que, por supuesto, hacía todo lo posible para desestabilizar a sus vecinos. En semejante ambiente, a Rose no le costaría convencerse a sí misma de que Sylvia era una espia sudafricana, pero habiendo tantos como había, no le bastaría con eso.
El sueño más dulce - Doris Lessing
domingo, 18 de noviembre de 2012
la importancia de un gesto
“El maitre d´hotel, que se llamaba Monsieur Machastschek,
era un hombre de elevada posición que, con gran autoridad, paseaba por el
comedor su prominente barriga y su camisa blanca almidonada a diario. Su sebosa
cara de luna llena, afeitada, brillaba siempre. Dominaba a la perfección ese
sutil movimiento de levantar y extender el brazo para indicar su sitio a los
huéspedes que iban entrando, y la manera en que reprendía al personal cuando
cometía un error o una torpeza - con una
mera contracción de la comisura de los labios al pasar junto a ellos – era tan
discreta como demoledora. Fue él, pues, quien me mandó a llamar una tarde, a su
vez por orden de la dirección, y me recibió en un despacho contiguo a la
suntuosa salle á manger .”
Confesiones
del estafador Félix Krull – Thomas Mann
miércoles, 14 de noviembre de 2012
utopía innecesaria
"Todas las utopías empiezan en conversiones.
La gente se despide de sus antiguas creencias religiosas, convicciones y modos
de vida y se entrega a otras nuevas, las que constituyen la utopía. Despedirse
y entregarse: eso es convertirse. No hay rayos enviados desde el cielo, caídas
de caballo, estados de éxtasis ni todas esas tonterías. Esas cosas también
existen, desde luego; pero Andi lo asombraba ver que en la mayoría de los casos
la conversión a la utopía era una decisión vital tomada con la cabeza fría.
Sobre todo, para las mujeres y los maridos de esos que se entregaban a la
utopía. El amor, el deseo de vivir juntos, la imposibilidad de vivir al mismo
tiempo en el mundo normal y en el de la utopía, la oportunidad de una vida
mejor para los hijos, la oportunidad de mejorar profesional y económicamente:
esas eran las claves. No bastaba con comprender el entusiasmo utopista del
otro, y tampoco era necesario. Lo que hacía falta era renunciar al mundo normal
que se interponía entre uno y su pareja. "
Amores en fuga - Bernard Schlink
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