"El puerto era, sin duda, un buen lugar, un precioso lugar en el que uno podía pasarse una hora, un año, o un siglo, sin darse cuenta de lo que pasaba. No se sentía urgencia alguna y hasta las necesidades más primordiales, como comer, por ejemplo, o dormir, parecían olvidarse, amenguarse por lo menos, sin contar con que en la plaza o en el muelle se podía dormir, y sentado claro está, y en cuanto a comer no tenía uno más que atravesar la plaza y entrar, si poseía dinero, a un restaurante, echarse al coleto un pedazo de carne o de porotos y volver en seguida al muelle o la plaza a retomar el mismo pensamiento, el mismo ensueño, el mismo recuerdo, con más vigor ahora, y si no fuese porque uno tiene huesos, tejidos y músculos y esos malditos músculos, tejidos y huesos necesitan alimentarse y desentumecerse, podría uno estarse allí hasta el fin de sus días, esperando o no esperando nada, un trabajo, un amigo o simplemente la muerte; y cuando llega el momento en que es preciso irse, ya que es imposible quedarse, pues hace frío y está uno agarrotado y debe pensar, a pesar suyo, en la comida, en el alojamiento o en el trabajo, se da cuenta de que el ser humano es una poquilla cosa trabajada por miserables necesidades: vamos, andando a la dichosa comida, al maldito alojamiento, al jodido trabajo."
Hijo de ladrón - Manuel Rojas
"lo que se puede pensar se puede pensar claramente, lo que se puede decir se puede decir claramente, pero no todo lo que se puede pensar se puede decir."
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miércoles, 3 de octubre de 2012
jueves, 27 de septiembre de 2012
agudizando los sentidos
"Avanzamos unos pasos más, sentimos que abrían una puerta y nos detuvimos con la sensación de que ibamos a ser enterrados vivos; no nos distinguíamos ya y empezábamos a experimentar desagrado al rozarnos unos con otros. Nos empujaron de nuevo y entramos más en las oscuridad, dándonos cuenta, por el ruido de una puerta que se cerraba, de que estábamos ya en la tumba, cloaca o calabozo que se nos tenía reservado y cuyo tamaño y forma estaban también hundidos en la sombra. Nos quedamos de pie en silencio, sintiéndonos definitivamente extraños entre nosotros; no había ya rostros, no había ya cuerpos, no había ya voces; el silencio la oscuridad nos separaban y anulaban, nos perdíamos unos para otros y al perdernos nos desconocíamos. Por lo demás, el hombre que rozaba nuestro brazo o aquel cuya espalda sentíamos contra nuestro hombro ¿había venido con nosotros o estaba allí antes de nuestra llegada? Si estaba ya, ¿quién era?
Durante largo rato permanecí en el sitio en que quedara al cerrarse la puerta; pero no podía estar así toda la noche; era preciso encontrar por lo menos un muro en qué afirmarme. ¿Dónde estaban los muros? Intenté penetrar la oscuridad y me fue imposible. Me parecía, en ciertos momentos, que no existían muros sino rejas, exclusivamente rejas, como en una jaula para animales; en otros, que el calabozo estaba dividido por algo como oscuros velos, inútilmente delgados. Cerré los ojos y cuando los abrí percibí ciertos resplandores muy tenues, que flotaban en el aire y que se desplazaban con lentitud, desvaneciéndose y reapareciendo; cerré de nuevo los ojos, y mientras los mantenía cerrados me di cuenta de que los resplandores continuaban apareciendo y desapareciendo: se producían en mis ojos. Aquello me convenció de la inutilidad de mis esfuerzos y decidí avanzar hacia donde fuese; dí un paso hacia la derecha y mi pié tropezó con algo que se encogió con rapidez."
Hijo de ladrón - Manuel Rojas
Durante largo rato permanecí en el sitio en que quedara al cerrarse la puerta; pero no podía estar así toda la noche; era preciso encontrar por lo menos un muro en qué afirmarme. ¿Dónde estaban los muros? Intenté penetrar la oscuridad y me fue imposible. Me parecía, en ciertos momentos, que no existían muros sino rejas, exclusivamente rejas, como en una jaula para animales; en otros, que el calabozo estaba dividido por algo como oscuros velos, inútilmente delgados. Cerré los ojos y cuando los abrí percibí ciertos resplandores muy tenues, que flotaban en el aire y que se desplazaban con lentitud, desvaneciéndose y reapareciendo; cerré de nuevo los ojos, y mientras los mantenía cerrados me di cuenta de que los resplandores continuaban apareciendo y desapareciendo: se producían en mis ojos. Aquello me convenció de la inutilidad de mis esfuerzos y decidí avanzar hacia donde fuese; dí un paso hacia la derecha y mi pié tropezó con algo que se encogió con rapidez."
Hijo de ladrón - Manuel Rojas
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