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miércoles, 3 de octubre de 2012

ser humano

"El puerto era, sin duda, un buen lugar, un precioso lugar en el que uno podía pasarse una hora, un año, o un siglo, sin darse cuenta de lo que pasaba. No se sentía urgencia alguna y hasta las necesidades más primordiales, como comer, por ejemplo, o dormir, parecían olvidarse, amenguarse por lo menos, sin contar con que en la plaza o en el muelle se podía dormir, y sentado claro está, y en cuanto a comer no tenía uno más que atravesar la plaza y entrar, si poseía dinero, a un restaurante, echarse al coleto un pedazo de carne o de porotos y volver en seguida al muelle o la plaza a retomar el mismo pensamiento, el mismo ensueño, el mismo recuerdo, con más vigor ahora, y si no fuese porque uno tiene huesos, tejidos y músculos y esos malditos músculos, tejidos y huesos necesitan alimentarse y desentumecerse, podría uno estarse allí hasta el fin de sus días, esperando o no esperando nada, un trabajo, un amigo o simplemente la muerte; y cuando llega el momento en que es preciso irse, ya que es imposible quedarse, pues hace frío y está uno agarrotado y debe pensar, a pesar suyo, en la comida, en el alojamiento o en el trabajo, se da cuenta de que el ser humano es una poquilla cosa trabajada por miserables necesidades:  vamos, andando a la dichosa comida, al maldito alojamiento, al jodido trabajo."

Hijo de ladrón - Manuel Rojas




jueves, 27 de septiembre de 2012

agudizando los sentidos

"Avanzamos unos pasos más, sentimos que abrían una puerta y nos detuvimos con la sensación de que ibamos a ser enterrados vivos; no nos distinguíamos ya y empezábamos a experimentar desagrado al rozarnos unos con otros. Nos empujaron de nuevo y entramos más en las oscuridad, dándonos cuenta, por el ruido de una puerta que se cerraba, de que estábamos ya en la tumba, cloaca o calabozo que se nos tenía reservado y cuyo tamaño y forma estaban también hundidos en la sombra. Nos quedamos de pie en silencio, sintiéndonos definitivamente extraños entre nosotros; no había ya rostros, no había ya cuerpos, no había ya voces; el silencio  la oscuridad nos separaban y anulaban, nos perdíamos unos para otros y al perdernos nos desconocíamos. Por lo demás, el hombre que rozaba nuestro brazo o aquel cuya espalda sentíamos contra nuestro hombro ¿había venido con nosotros o estaba allí antes de nuestra llegada? Si estaba ya, ¿quién era?
Durante largo rato permanecí en el sitio en que quedara al cerrarse la puerta; pero no podía estar así toda la noche; era preciso encontrar por lo menos un muro en qué afirmarme. ¿Dónde estaban los muros? Intenté penetrar la oscuridad y me fue imposible. Me parecía, en ciertos momentos, que no existían muros sino rejas, exclusivamente rejas, como en una jaula para animales; en otros, que el calabozo estaba dividido por algo como oscuros velos, inútilmente delgados.  Cerré los ojos y cuando los abrí percibí ciertos resplandores muy tenues, que flotaban en el aire y que se desplazaban con lentitud, desvaneciéndose y reapareciendo; cerré de nuevo los ojos, y mientras los mantenía cerrados me di cuenta de que los resplandores continuaban apareciendo y desapareciendo: se producían en mis ojos.  Aquello me convenció de la inutilidad de mis esfuerzos y decidí avanzar hacia donde fuese; dí un paso hacia la derecha y mi pié tropezó con algo que se encogió con rapidez."

Hijo de ladrón - Manuel Rojas