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sábado, 29 de septiembre de 2012

el círculo del agua




“La fuente: nido del agua. Allí se constituye, emplumándose como un ave. Primero pía, levantando el pico hambriento hacia la lluvia que desciende.   ¿El agua nace de ser plantada? ¿O de la piedra que se convierte, al lavarse el tiempo en sus propias lágrimas? Nadie lo sabe, nadie lo vio jamás. El parto del agua no tiene testigos:   aparecemos siempre después.
Quien busca la fuente, escuche primero su fresco chasquido.  Solo después, arrastre los ojos entre la piedra y la hierba. Deje allí su mirar detenido hasta que el alma, en ese recoveco por el que se distrae de nosotros, se sienta mojada  y más que halagada, alaguada. Verá entonces cómo el agua se hincha a sí misma. Abriendo sus márgenes, soltando sus alas. Comienza el viaje del río continuo.
El río, caligrafía del agua. Desde lo alto, parece un surco de metal transfluyente. Limpio y solemne. Más de cerca se ve que, en las orillas, se encabrita, contagiándose de tierra. El río ora besa, ora muerde la orilla.
Entre la caricia y el rasguño, se forman sus inciertos rumores de amante. En su interior corren ondulantes gacelas. En ese tropel, el lecho se convierte en sabana azul, África licuando su carne térrea. El continente se oceanifica.
Pero el agua solo desnuda está completa. De esta forma, se distingue de la tierra.  La tierra exige cobertura, requiere construcciones. Mientras que el agua se cobija en su propia piel. En tal desnudez, nunca se abrió surco alguno, ninguna arruga se dibujó. Los hombres hieren la tierra, cubren de golpes el suelo.  Pero hasta ahora nadie fue capaz de herir al río ni dejar escrita en él una cicatriz.
El río de mi infancia:  acento de la tierra, pronunciación de la propia vida. Ese río corre no por el mundo sino por mí. Como si yo fuera natural del agua y no de un lugar terreno. En ocasiones fluye manso, diluyendo los amargos escondrijos, consolando las aristas de mi edad. En otras, hondo y espeso, casi imita el fuego.  Entonces , me ensombrezc o en su corriente.  Y dudo ¿ahogarme y morir en el agua o en el fuego?
Al final, la furia es breve. El río simplemente se lavaba de la muerte, sacudiendo restos de mí que se desbordan por el torrente.
El valor del río es su caminar suicida hacia el mar. La bondad  del agua es su incansable retorno al regazo de la vida.”

Angeles borrachos - Mia Couto

sábado, 30 de junio de 2012

pobre madre...

“Las primeras veces yo incluso procedía a la lectura, traduciendo la versión auténtica del soldadito. Eran letras inseguras, parecían niños que se salían de la fila. Se reunían allí más errores que palabras. El contenido no era mayor que el formato. Pues en aquel escrito no había ni una línea de ternura. ¿Aprendió el soldado la guerra desaprendiendo el amor? ¿Murió en Ezequiel el hijo para que naciera el recluta?
Pero la anciana insistía, se obstinaba. Que leyese, todo el mundo lo sabe, las letras son como las estrellas: incluso pocas, son infinitas. Yo era paciente con ella, pobre madre sin escuela ninguna. Fue entonces cuando pasé a alargar aquella tinta, dulcificando las palabras reales. En cada lectura, una nueva carta surgía de la vieja misiva. Y Ezequiel , en mi imagináutica, adquiría las infinitas maneras de ser hijo, hombre con méritos para seguir siendo niño.”

La carta – Mia Couto