sábado, 29 de junio de 2013

un ciclo imperturbable

"Los Karin habían huido en enero de 1918, cinco meses antes, y desde entonces la anciana había divisado todos los días en el horizonte pueblos incendiados, que se apagaban y volvían a arder, a medida que pasaban del dominio de los rojos al de los blancos, y de nuevo al de los rojos.  Pero el incendio nunca había estado tan cerca como aquella noche:  el resplandor iluminaba el parque abandonado de tal modo que podían verse hasta las lilas del sendero principal, que habían florecido el día anterior.  Engañados por la claridad, los pájaros volaban como en pleno día. Los perros aullaban.  Luego el viento cambió de dirección y se llevó el fragor del fuego y su olor.  El viejo parque volvió a quedar a oscuras y en silencio, y el aroma de las lilas inundó el aire."

Nieve en otoño - Iréne Némirovsky


jueves, 27 de junio de 2013

punto final

"Sí, ahora también venía de trabajar.  Son las seis y veinte, es su hora.  Aún hoy sé con exactitud todo lo que hace, conozco sus pasos tan bien como si estuviera presente en su vida.  A las seis menos cinco llama a un criado para que le cepille el abrigo y el sombrero y le ayude a ponérselos, sale del despacho, manda al chófer por delante con el coche y se va andando para airearse un poco.  Apenas camina, por eso está tan pálido. O puede que haya alguna otra razón, no lo sé.  No conozco la razón porque ya nunca lo veo, no hablo con él, hace tres años que no hablo con él.  No me gustan esos divorcios melindrosos en que los esposos salen juntos de los juzgados y se van tomaditos del brazo a almorzar al famoso restaurant del parque Városliget intercambiando gestos de afecto y atenciones, como si no hubiera pasado nada, y después del divorcio y el almuerzo cada uno sigue su camino.  Yo soy una mujer con otros principios y otro temperamento.  No creo que los esposos puedan seguir siendo buenos amigos después del divorcio.  El matrimonio es el matrimonio y el divorcio es el divorcio.   Ésa es mi opinión."

La mujer justa - Sándor Márai


domingo, 23 de junio de 2013

quién sabe

"Especialmente inolvidable, sin embargo, me ha resultado siempre lo que Alfonso me contó entonces sobre la vida y la muerte de las polillas, y todavía hoy profeso a esas criaturas, entre todas, el mayor respeto.  En los meses más cálidos ocurre no pocas veces que alguno de esos insectos voladores nocturnos se extravíe en mi casa, viniendo del trozo de jardín que hay detrás de ella.  Cuando me levanto a la mañana temprano, lo veo todavía inmóvil en algún lugar de la pared.  Saben, creo yo, dijo Austerlitz , que han equivocado su camino, porque, si no se les pone otra vez fuera cuidadosamente, se mantienen inmóviles, hasta que han exhalado el último aliento, efectivamente, quedan sujetos por sus garras diminutas, rígidas por el espasmo de la muerte, aferrados al lugar de su desgracia hasta después de acabar su vida, hasta que un soplo de aire los suelta y los echa a un rincón polvoriento. A veces , al ver una de esas polillas que mueren en mi casa, me pregunto qué clase de miedo y de dolor sienten sin duda en el momento en que se extravían.  Como sabía por Alfonso, dijo Austerlitz, no había realmente ninguna razón para negar a las criaturas más pequeñas una vida interior.  No sólo nosotros y los perros, vinculados desde hace muchos siglos con nuestros sentimientos, y otros animales domésticos soñamos de noche, sino también otros pequeños mamíferos, los ratones y los topos viven cuando duermen, como puede saberse por sus movimientos oculares, en un mundo sólo existente en su interior, y quién sabe, dijo Austerlitz, quizá sueñan también las polillas o la lechuza del huerto cuando mira de noche la luna."

Austerlitz - W.G.Sebald


martes, 18 de junio de 2013

ciertos rasgos

"Nadie, no importa de qué país provenga, tiene una personalidad perfecta. Todo el mundo tiene un lado bueno y otro que no lo es tanto.  Es algo que he aprendido en este trabajo.  Lo bueno de los americanos, si puedo generalizar un poco, es que tienen una especie de inocencia cándida.  Y lo que no es tan bueno es que son incapaces de imaginarse un mundo que no sea Estados Unidos, ni un sistema de valores diferente al suyo.  Los japoneses tienen un defecto similar, pero los americanos son todavía peores porque obligan a los demás a hacer lo que ellos creen que es correcto.  Los clientes americanos con frecuencia me prohíben fumar, y a veces incluso me piden que los acompañe a hacer footing diario.  En una palabra son infantiles: tal vez sea lo que hace tan atractiva su sonrisa. Robert de Niro, Kevin Costner, Brad Pitt : la persuasiva y tímida sonrisa del actor americano forma parte de su carácter nacional. La sonrisa de Frank, sin embargo, no tenía nada de atractivo. Era más bien desconcertante. La apariencia artificial de su piel se retorcía en una espiral de arrugas, haciéndole parecer casi desfigurado"

Sopa de Miso - Ryu Murakami


miércoles, 12 de junio de 2013

animal instincts and deep thoughts near the end


He had always presumed the Countess of Richmond, now become again the Java Star, was going to drive herself into some inner harbor and detonate what lay below her decks.
He had presumed she was going to ram something of value as she blew herself up. For thirty days, he had waited in vain for a chance to kill seven men and take over her command. No such chance had appeared.
Now, too late, he realized the Java Star was not going to deliver a bomb; she was the bomb. And with her cargo venting fast, she did not need to move an inch. The oncoming liner had to pass only within three kilometers of her to be consumed.
He had heard the interchange on the bridge between the Pakistani boy and the deck officer of the Queen Mary 2. He knew too late the Java Star would not engage engines. The escorting cruisers would never allow that, but she did not need to.
There was a third control by Ibrahim's right hand, a button to be hammered downward. Martin followed the flexes to a Very pistol, a flare gun, mounted just forward of the bridge windows. One flare, one single spark . . .
Through the windows, the city of lights was over the horizon. Fifteen miles, thirty minutes cruising, optimum time for maximum fuel-air mixture.
Martin's glance flicked to the radio speaker on the console. A last chance to shout a warning. His right hand slid down toward the slit in his robe, inside which was his knife strapped to his thigh.
The Jordanian caught the glance and the movement. He had not survived Afghanistan, a Jordanian jail and the relentless American hunt for him in Iraq without developing the instincts of a wild animal.
Something told him that despite the fraternal language, the Afghan was not his friend. The raw hatred charged the atmosphere on the tiny bridge like a silent scream.
Martin's hand slipped inside his robe for the knife. Ibrahim was first; the gun had been underneath the map on the chart table. It was pointing straight at Martin's chest. The distance to cross was twelve feet. Ten too many.
A soldier is trained to estimate chances, and do it fast. Martin had spent much of his life doing that. On the bridge of the Countess of Richmond, enveloped in her own death cloud, there were only two: go for the man, or go for the button.
There would be no surviving either.
Some words came into his mind, words from long ago, in a schoolboy's poem: "To every man upon this earth / Death cometh soon or late . . ." And he recalled Ahmad Shah Massoud, the Lion of the Panjshir, talking by the campfire.
"We are all sentenced to die, Angleez. But only a warrior blessed of Allah may be allowed to choose how!" Colonel Mike Martin made his choice . . .
Ibrahim saw him coming; he knew the flicker in the eyes of a man about to die. The killer screamed and fired. The charging man took the bullet in the chest, and began to die. But beyond pain and shock, there is always willpower, just enough for another second of life.
At the end of that second, both men and ship were consumed in a rose pink eternity.

The afghan - Frederick Forsyth


martes, 11 de junio de 2013

el arte de la siega

"Me gusta particularmente esta escena, primero porque se desarrolla en Pokrovskaya, en el campo ruso.  Ah, el campo ruso...Tiene ese encanto  tan especial de los parajes salvajes y no obstante ligados al hombre por la solidaridad de esta tierra de la que todos estamos hechos... La escena más hermosa de Ana Karenina transcurre en Pokrovskaya.  Levin , sombrío y melancólico, trata de olvidar a Kitty.  Estamos en primavera, y se va a los campos a segar con sus campesinos.  La tarea se le antoja al principio demasiado dura.  Cuando está a punto de desfallecer, el viejo campesino que dirige la hilera de segadores ordena descansar.  Luego reanudan su tarea.  De nuevo, Levin se siente extenuado pero, una vez más,  el viejo levanta la guadaña.  Descanso.  Luego la hilera vuelve a ponerse en marcha, cuarenta hombretones aplanando los manojos de hierba y avanzando hacia el río mientras se levanta el sol.  El calor es cada vez más intenso, Levin tiene los brazos y los hombros empapados en sudor pero, a fuerza de descansar y reanudar la tarea, sus gestos antes torpes y dolorosos se vuelven cada vez más fluidos.  Siente de pronto un agradable frescor en la espalda. Lluvia de verano.  Poco a poco, libera sus movimientos del obstáculo de la voluntad, entra en el leve trance que confiere a los gestos la perfección de los actos mecánicos y conscientes, sin reflexión ni cálculo, y la guadaña parece manejarse sola mientras Levin saborea el abandono en el movimiento que convierte el placer de hacer algo maravillosamente ajeno a los esfuerzos de la voluntad.
Así ocurre con muchos de los momentos felices de nuestra existencia. Liberados de la carga de la decisión y de la intención, avanzando en nuestros mares interiores, asistimos, como a las acciones de otro, a nuestros distintos movimientos admirando sin embargo su involuntaria existencia.  ¿Qué otra razón podría tener yo para escribir esto, este irrisorio diario de una portera que se va haciendo vieja, si la escritura no participara de la misma naturaleza que el arte de la siega? Cuando las líneas se convierten en demiurgo de sí mismas , cuando asisto, como una maravillosa inconsciencia, al nacimiento sobre el papel de frases que escapan a mi voluntad e, inscribiéndose ajenas a ella en el papel, me enseñan lo que no sabía ni creía querer, gozo de este alumbramiento sin dolor, de esta evidencia no concertada, de seguir sin esfuerzo ni certeza, con la felicidad del asombro sincero, una pluma que me guía y me arrastra."

La elegancia del erizo - Muriel Barbery


sábado, 8 de junio de 2013

opiniones de pobres

"Gégene es un clochard que, desde hace años, pasa el invierno aquí, sobre sus míseros cartones, vestido con una  vieja levita que huele a negociante ruso de  finales de siglo y que, como su dueño, ha atravesado los tiempos de manera peculiar.
-Debería irse a un albergue - le digo, como de costumbre- va a hacer frío esta noche.
-Ah ah -me contesta con voz agria- ya me gustaría verla a usted en el albergue. Se está mejor aquí.
Sigo mi camino pero, atenazada por un súbito remordimiento, vuelvo sobre mis pasos.
- Quería decirle... El señor Arthens murió anoche.
- ¿El crítico? - me pregunta Gégene, con una chispa repentina en la mirada, levantando la cabeza como un perro de caza que hubiera olisqueado el culo de una perdiz.
-Sí, sí, el crítico. El corazón le falló de golpe.
- Ah, vaya vaya....-repite Gégene, claramente conmovido.
- ¿Lo conocía usted? -pregunto, por decir algo.
- Ah , vaya vaya....reitera el clochard - ,- ¡siempre se nos van primero los mejores!
-Tuvo una buena vida- me aventuro a decir, sorprendida del cariz que ha tomado la situación.
- Tía Michel, tipos como ése ya no nacen, se rompió el molde. Ah vaya, -repite- lo voy a echar de menos.
- ¿Le daba acaso algo, quizás un aguinaldo para Navidad?
Gégene me mira, se sorbe la nariz y escupe a sus pies.
-Nada, en diez años ni una mísera monedita ¿qué le parece? Ah, las cosas como son, vaya carácter que tenía. Se rompió el molde, sí, se rompió el molde.
Este pequeño intercambio me perturba, y mientras recorro los pasillos del mercado Gégene
monopoliza mis pensamientos. Nunca he creído que los pobres tuvieran grandeza de alma por el simple hecho de ser pobres y por las injusticias de la vida.  Pero al menos sí los creía unidos por el odio  por los grandes propietarios. Gégene me saca de mi error y me enseña lo siguiente: si hay algo que los pobres detestan es  a los otros pobres.
En el fondo, tiene su lógica."

La elegancia del erizo - Muriel Barbery


martes, 4 de junio de 2013

husmeando como perro

"Pero, mientras trotaba detrás de la señorita Mitford, que iba tras el lacayo, Flush estaba más sorprendido de lo que olía que de lo que veía.  Por el hueco de la escalera subían cálidas bocanadas de carne asada, pollos fritos, de sopas que hervían, tan deliciosas como los manjares que las emanaban, para las narices acostumbradas a los magros efluvios de las pobres frituras y de los estofados de la Kerenhappock.  Los olores gastronómicos se mezclaban con otros:  olores de madera de cedro y de sándalo y de caoba; olores de cuerpos femeninos y de cuerpos masculinos, olores de criados y de doncellas, de chaquetas y de pantalones; de crinolinas y de capas; de cortinas bordadas y de visillos de hilo; de polvillo de carbón y de hollín; de vino y de puros.  Cada ambiente que cruzaba -comedor, salón, biblioteca, dormitorio- ofrecía su contribución a la composición general; y, cuando Flush echaba adelante una pata y luego otra, era acariciada y retenida por la sensualidad de ricas y gruesas alfombras en las que voluptuosamente se hundía.  Por fin, llegaron a una puerta cerrada, en las habitaciones que daban al interior.  Una mano golpeó suavemente, suavemente una mano abrió la puerta."

Flush, una biografía - Virginia Woolf