"Me gusta particularmente esta escena, primero porque se desarrolla en Pokrovskaya, en el campo ruso. Ah, el campo ruso...Tiene ese encanto tan especial de los parajes salvajes y no obstante ligados al hombre por la solidaridad de esta tierra de la que todos estamos hechos... La escena más hermosa de Ana Karenina transcurre en Pokrovskaya. Levin , sombrío y melancólico, trata de olvidar a Kitty. Estamos en primavera, y se va a los campos a segar con sus campesinos. La tarea se le antoja al principio demasiado dura. Cuando está a punto de desfallecer, el viejo campesino que dirige la hilera de segadores ordena descansar. Luego reanudan su tarea. De nuevo, Levin se siente extenuado pero, una vez más, el viejo levanta la guadaña. Descanso. Luego la hilera vuelve a ponerse en marcha, cuarenta hombretones aplanando los manojos de hierba y avanzando hacia el río mientras se levanta el sol. El calor es cada vez más intenso, Levin tiene los brazos y los hombros empapados en sudor pero, a fuerza de descansar y reanudar la tarea, sus gestos antes torpes y dolorosos se vuelven cada vez más fluidos. Siente de pronto un agradable frescor en la espalda. Lluvia de verano. Poco a poco, libera sus movimientos del obstáculo de la voluntad, entra en el leve trance que confiere a los gestos la perfección de los actos mecánicos y conscientes, sin reflexión ni cálculo, y la guadaña parece manejarse sola mientras Levin saborea el abandono en el movimiento que convierte el placer de hacer algo maravillosamente ajeno a los esfuerzos de la voluntad.
Así ocurre con muchos de los momentos felices de nuestra existencia. Liberados de la carga de la decisión y de la intención, avanzando en nuestros mares interiores, asistimos, como a las acciones de otro, a nuestros distintos movimientos admirando sin embargo su involuntaria existencia. ¿Qué otra razón podría tener yo para escribir esto, este irrisorio diario de una portera que se va haciendo vieja, si la escritura no participara de la misma naturaleza que el arte de la siega? Cuando las líneas se convierten en demiurgo de sí mismas , cuando asisto, como una maravillosa inconsciencia, al nacimiento sobre el papel de frases que escapan a mi voluntad e, inscribiéndose ajenas a ella en el papel, me enseñan lo que no sabía ni creía querer, gozo de este alumbramiento sin dolor, de esta evidencia no concertada, de seguir sin esfuerzo ni certeza, con la felicidad del asombro sincero, una pluma que me guía y me arrastra."
La elegancia del erizo - Muriel Barbery
"lo que se puede pensar se puede pensar claramente, lo que se puede decir se puede decir claramente, pero no todo lo que se puede pensar se puede decir."
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martes, 11 de junio de 2013
miércoles, 17 de abril de 2013
siguiendo el movimiento
"Cada vez que daba un paseo se sentía como si se dejara a sí mismo atrás, y entregándose al movimiento de las calles, reduciéndose a un ojo que ve, lograba escapar a la obligación de pensar. Y eso, más que nada, le daba cierta paz, un saludable vacío interior. El mundo estaba fuera de él, a su alrededor, delante de él, y a la velocidad a la que caminaba le hacía imposible fijar su atención en ninguna cosa por mucho tiempo. El movimiento era lo escencial, el acto de poner el pie delante del otro y permitirse seguir el rumbo de su propio cuerpo. Mientras vagaba sin propósito, todos los lugares se volvían iguales y daba igual dónde estuviese. En sus mejores paseos conseguía sentir que no estaba en ningún sitio. Y esto, en última instancia, era lo único que pedía a las cosas: no estar en ningún sitio."
La trilogía de Nueva York - Paul Auster
La trilogía de Nueva York - Paul Auster
viernes, 12 de abril de 2013
el encanto de lo inaprensible
"La lluvia persistía y todas las mañanas, al despertarme, mi primera preocupación era asegurarme de que seguía cayendo. Encima de mi ventana había una plancha de zinc, de unos treinta centímetros de anchura, que se extendía a lo largo de la fachada para proteger el toldo de franjas rojas que se desplegaban en verano. Sobre este zinc, las gotas se entregaban a un juego endiablado, siempre diferente. Al aplastarse, formaban un dibujo complicado, vivo, como una especie de mapa en movimiento. Yo siempre esperaba ver lo que resultaría de este dibujo si tenía la posibilidad de llegar hasta el fin de su vida. Daba la impresión de que también él abrigaba la esperanza, porque se agitaba con rapidez, pero, apenas empezaba su evolución, llegaba otra gota y otro dibujo la borraba y destruía el primero"
Lluvia - Georges Simenon
Lluvia - Georges Simenon
viernes, 22 de febrero de 2013
un beso
"En la pared de una habitación de hotel de Burnie, Tasmania, un póster: las calles de París, 1950; un hombre y una mujer jóvenes en el acto de besarse, el momento captado en blanco y negro por el fotógrafo Robert Doisneau. El beso parece espontáneo. Una oleada de sentimiento se ha apoderado de los jóvenes en pleno movimiento: el brazo derecho de la mujer no devuelve (todavía no) el abrazo del hombre, sino que pende libre, con una curvatura en el codo que es exactamente el reverso del abultamiento de su seno.
Su beso no es sólo de pasión: con ese beso se anuncia el mismo amor. Uno puede reconstruir más o menos la historia de la pareja. Son estudiantes. Han pasado la noche juntos, su primera noche, se han despertado abrazados. Ahora tienen que ir a clase. En la acera, en medio de la muchedumbre matinal, de repente el corazón del chico se siente inundado de ternura. También el de ella, ella está dispuesta a entregarse a él un millar de veces. Así que se besan."
Diario de un mal año - J.M. Coetzee
Su beso no es sólo de pasión: con ese beso se anuncia el mismo amor. Uno puede reconstruir más o menos la historia de la pareja. Son estudiantes. Han pasado la noche juntos, su primera noche, se han despertado abrazados. Ahora tienen que ir a clase. En la acera, en medio de la muchedumbre matinal, de repente el corazón del chico se siente inundado de ternura. También el de ella, ella está dispuesta a entregarse a él un millar de veces. Así que se besan."
Diario de un mal año - J.M. Coetzee
domingo, 25 de noviembre de 2012
la osadía es contagiosa
“¡Debilidad,
madame Houpflé! ¡Una mujer de semejante
coraje! Naturalmente, aquel coraje se debía en parte a que yo era mucho más
joven y, además de una clase social inferior, condición a la que había aludido
con una expresión tan culta como extraña. “Osado sirviente”, me había llamado.
¡Una mujer de poesía! “¿Me desvistes, osado sirviente?” Aquella expresión
cautivadora estaría resonando en mi cabeza durante las seis horas enteras que
debían transcurrir hasta que yo “tuviera tiempo para ella”. Lo cierto es que me ofendía un poco aquella
expresión, aunque a la vez me llenaba de orgullo… , incluso por aquel carácter
osado que yo no poseía, sino que me
había atribuído e impuesto ella. En todo
caso, ahora era el hombre más osado del
mundo. Ella me había hecho así… , sobre
todo mediante aquella prenda tan vinculante…”
Memorias del estafador Félix Krull - Thomas Mann
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