sábado, 30 de junio de 2012

pobre madre...

“Las primeras veces yo incluso procedía a la lectura, traduciendo la versión auténtica del soldadito. Eran letras inseguras, parecían niños que se salían de la fila. Se reunían allí más errores que palabras. El contenido no era mayor que el formato. Pues en aquel escrito no había ni una línea de ternura. ¿Aprendió el soldado la guerra desaprendiendo el amor? ¿Murió en Ezequiel el hijo para que naciera el recluta?
Pero la anciana insistía, se obstinaba. Que leyese, todo el mundo lo sabe, las letras son como las estrellas: incluso pocas, son infinitas. Yo era paciente con ella, pobre madre sin escuela ninguna. Fue entonces cuando pasé a alargar aquella tinta, dulcificando las palabras reales. En cada lectura, una nueva carta surgía de la vieja misiva. Y Ezequiel , en mi imagináutica, adquiría las infinitas maneras de ser hijo, hombre con méritos para seguir siendo niño.”

La carta – Mia Couto

miércoles, 27 de junio de 2012

razonamiento inducido

“Los absurdos de la vida no necesitan parecer verosímiles porque son verdaderos ; al revés que los del arte, que para parecer verdaderos necesitan ser verosímiles. Con lo que, siendo verosímiles, dejan de ser absurdos.
Un acontecimiento de la vida puede ser absurdo; una obra de arte, si es tal, no.
De lo que se deduce que es una idiotez tachar de absurda e inverosímil, en nombre de la vida, una obra de arte.
¿no es acaso cierto que el hombre no razona nunca (o “desrazona”, que para el caso viene a ser lo mismo) tan apasionadamente como lo hace cuando sufre , y precisamente porque quiere conocer la raíz de su sufrimiento, y a los causantes del mismo, y si es justo o no que se lo hayan producido; mientras que cuando disfruta toma el disfrute como viene y no se anda con razonamientos, como si la felicidad fuera un derecho?
El caos cuando lo hay, es pues voluntario, el maquinismo, cuando existe, es, pues deliberado. Pero no soy yo quien lo impone, sino el relato mismo, los personajes mismos.
En la máscara para una representación, el juego de las partes, lo que desearíamos o deberíamos ser, lo que parece a los demás que somos, mientras que lo que somos no lo sabemos, hasta cierto punto, ni nosotros mismos, la burda y dudosa metáfora de nuestro ser, la imagen, a menudo complejísima que nos atribuyen o nos atribuímos: un maquinismo, pues, entero y vero, en el que, repito, cada cual es títere de sí mismo. Y luego, el puntapié que lo echa todo a rodar.”

El difunto Matías Pascal - Luigi Pirandello

lunes, 25 de junio de 2012

anomia

"Algo le ha ocurrido, ella misma lo sabe. Como si alguien le hubiera puesto gotas de algo acre, amargo y maligno en los ojos, mientras dormía: así contempla de pronto el mundo, pues todo le parece feo, hostil y malvado desde que lo ve de manera maligna y hostil. Empieza el día con rencor. Cuando abre los ojos después de dormir, su mirada tropieza con la viga retorcida y cubierta de humo de la buhardilla. Todo en aquel espacio le resulta odioso: la vieja cama, la manta de mala calidad, la silla de paja trenzada, el tocador y el jarro con asa requebrajado, el papel pintado resblandecido, el entarimado de madera: querría cerrar los ojos y sumergirse de nuevo en la oscuridad. Pero el despertador no lo permite y rechina, estridente, en los oídos. Se levanta furiosa, se viste furiosa, se pone vieja, el vestido negro y repugnante. Es consciente de la manga descosida, pero no le molesta. ¿Para qué? ¿Para quién? Demasiado bien va vestida para esos patanes. La cuestión es salir a toda prisa de aquel lugar horrible y dirigirse a la oficina. Pero la oficina ya no es lo que era. Ya no es aquel espacio tranquilo e indiferente en que las horas parecían rodar como ruedas, sin hacer ruido. Cuando gira la llave y entra en el cuarto sumido en un silencio terrible que da la impresión de acecharla, piensa de manera involuntaria en la película que vio hace un año. "Cadena perpetua" se llamaba: un carcelero acompañado de dos policías, un hombre de barba poblada, duro e inaccesible, conducía al prisionero, un muchacho débil y tembloroso, a la celda desnuda provista de barrotes. Aquel día, un escalofrío le recorrió la espalda, como a los otros espectadores, y Christine vuelve a sentir aquel estremecimiento porque ella misma es carcelero y prisionero en una persona." .

La embriaguez de la metamorfosis - Stefan Zweig

sábado, 23 de junio de 2012

no tomar en serio al hombre serio

"A principios del siglo XIX , un grupo de románticos alemanes dirigido por Schlegel proclamó la ironía como la máxima categoría estética y por razones que coinciden con la nueva intención del arte. Este no se justifica si se limita a reproducir la realidad, duplicándola en vano. Su misión es suscitar un irreal horizonte. Para lograr esto no hay otro medio que negar nuestra realidad, colocándonos por este acto encima de ella. Ser artista es no tomar en serio al hombre tan serio que somos cuando no somos artistas.
Claro es que este destino de inevitable ironía da al arte nuevo un tinte monótono muy propio para desesperar al más paciente. Pero, a la par, queda nivelada la contradicción entre amor y odio que antes he señalado. El rencor va al arte como seriedad; el amor al arte victorioso como farsa, que triunfa de todo, incluso de sí mismo, a la manera que en un sistema de espejos reflejándose indefinidamente los unos en los otros ninguna forma es la última, todas quedan burladas y hechas pura imagen."

La deshumanización del arte - José Ortega y Gasset

martes, 19 de junio de 2012

para escribir un verso

¡los versos significan tan poco cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida, y después, por fin, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecitas al abrirse en la mañana. Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aún aclarado; en los padres a los que se mortificaba cuando traían una alegría que no se comprendía (era una alegría para otro); en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en las habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en mares, en noches de viaje que temblaban muy alto y volaban con todas sus estrellas -y no es suficiente incluso pensar en todo eso. Es necesario también tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes paridas, que se cierran. Es necesario aún haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso. --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Los apuntes de Malte Laurids Brigge - Rainer M.Rilke

domingo, 17 de junio de 2012

dos caras de la moneda

"Asustada, Christine sostiene los dos billetes y el tálero plateado en el nido de sus dedos contraídos. No se lo puede creer. Una vez arriba, en su habitación, contempla una y otra vez, atónita, esos dos papeles de color arco iris que le han llegado a las manos como por arte de magia. Doscientos cincuenta francos que, según un cálculo rápido, equivalen a unos trecientos cincuenta chelines: es decir, en casa debe trabajar cuatro meses, todo un cuatrimestre, para reunir todo ese montón de dinero, en la oficina debe permanecer puntualmente desde las 8 a las 12 y de las 14 a las 18, mientras que aquí le fluye sin problemas en diez minutos a las manos. ¿Será verdad? ¿Y es justo? ¡Inconcebible! A todo esto, los billetes crujen en sus manos y son buenos y válidos y le pertenecen a ella, a su nuevo yo, a esa nueva e inconcebible que hay dentro de ella. Nunca tuvo en su poder una cantidad tan elevada como la de este billete crujiente. Sentimientos encontrados le recorren con un escalofrío la espalda, una mezcla de placer y terror, mientras cierra, entre tierna y temerosa, los billetes bajo llave en la maleta, los esconde como si fuesen robados. Porque su conciencia no puede comprender del todo la contradicción inherente al hecho de que ese dinero oscuro y pesado se reúne en casa centavo a centavo con mano temblorosa y ahorrativa, mientras aquí acude volando frívolamente; un temblor de miedo desenfrenado, como si estuviera a punto de cometer un crimen, perturba e inquieta toda su persona hasta en los pozos más profundos e inconscientes del sentimiento; algo en ella querría explicárselo, pero no hay tiempo para ello, Christine debe cambiarse, elegir un vestido, uno de los tres maravillosos, y bajar de nuevo al salón: sentirse, vivir, embriagarse, sumergirse en la corriente bella y fogosa del derroche." ...................................................................................... --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- La embriaguez de la metamorfosis - Stefan Zweig

jueves, 14 de junio de 2012

obediencia equivocada

"-Tengo exactamente lo que usted necesita para eso -dijo el señor González, y entró en el pequeño almacén de la oficina en busca, supuso Ignatius, de algún tipo de fármaco. Pero regresó con uno de los taburetes de metal más pequeños que Ignatius había visto en toda su vida. -Aquí tiene. La persona que trabajaba antes en los archivos lo utilizaba para desplazarse mejor cuando trabajaba en los cajones de abajo. Pruébelo. -No creo que mi estructura corporal concreta pueda adaptarse fácilmente a un instrumento de ese género -comentó Ignatius, con un ojo de lince fijo en el oxidado taburete. Ignatius había tenido siempre un sentido del equilibrio muy precario, y siempre, desde su obesa niñez, había sido propenso a tropezones y caídas. Hasta que cumplió los cinco años y logró al fin caminar de modo casi normal, había sido un amasijo de golpes y cardenales. -Sin embargo lo haré por Levy Pants. Y se fue acuclillando de a poco, hasta que su enorme trasero tocó el taburete, con las rodillas llegándole casi hasta los hombros. Cuando se encontraba asentado al fin, parecía una berenjena sobre una chincheta. -Esto no resultará. Me encuentro muy incómodo aquí encima. -Inténtelo -dijo animosamente el Señor González. Impulsándose con los pies, Ignatius se desplazó inquieto siguiendo los archivos, hasta que una de las minúsculas ruedas se empotró en una fisura del suelo. El taburete se ladeó ligeramente y luego volcó, lanzando a Ignatius pesadamente al suelo. -¡Oh Dios mío! aulló éste - Creo que me he roto la espalda. .....................................................................................--------------------------------------------------------------------------------- La conjura de los necios - John Kennedy Toole

martes, 12 de junio de 2012

esa dulce indiferencia

“Ser cirujano significa hender la superficie de las cosas y mirar lo que se oculta dentro. Fue quizá ese deseo el que llevó a Tomás a tratar de conocer lo que había al otro lado más allá del “ess muss sein” ; dicho de otro modo: lo que queda de la vida cuando uno se deshace de lo que hasta entonces consideraba como su misión. Pero cuando se entrevistó con la amable directora de la empresa praguense de limpieza de escaparates y ventanas, percibió de pronto el resultado de su decisión en toda su concreción e irreversibilidad y estuvo a punto de asustarse. Sin embargo, en cuanto superó (tardó aproximadamente una semana) la sorpresa producida por lo inhabitual de su nuevo modo de vida, comprendió de repente que le habían tocado unas largas vacaciones. Las cosas que hacía no le importaban nada y estaba encantado. De pronto comprendió la felicidad de las gentes (hasta entonces siempre se había complacido de ellas) que desempeñaban una función a la que no se sentían obligadas por ningún “es muss ein” interior y que podían olvidarla en cuanto dejaban su puesto de trabajo. Hasta entonces nunca había sentido esa dulce indiferencia. Cuando algo no le salía bien en el quirófano, se desesperaba y no podía dormir. Con frecuencia perdía el apetito sexual. El “es muss ein” de su profesión era como un vampiro que le chupaba la sangre. Ahora andaba por Praga con la pértiga de lavar escaparates y constataba con sorpresa que se sentía diez años más joven. Las vendedoras de las grandes tiendas le llamaban “doctor” (el tamtam praguense funcionaba a la perfección) y le pedían consejos para sus constipados, sus espaldas doloridas y sus menstruaciones irregulares. Le miraban casi con vergüenza mientras él echaba agua en el cristal, colocaba el cepillo en la pértiga y empezaba a limpiar el escaparate. Si hubieran podido dejarlos solos a los clientes en la tienda, seguro que le hubieran quitado la pértiga y hubieran lavado el cristal en su lugar” .......................................... La insoportable levedad del ser - Milan Kundera