"Gégene es un clochard que, desde hace años, pasa el invierno aquí, sobre sus míseros cartones, vestido con una vieja levita que huele a negociante ruso de finales de siglo y que, como su dueño, ha atravesado los tiempos de manera peculiar.
-Debería irse a un albergue - le digo, como de costumbre- va a hacer frío esta noche.
-Ah ah -me contesta con voz agria- ya me gustaría verla a usted en el albergue. Se está mejor aquí.
Sigo mi camino pero, atenazada por un súbito remordimiento, vuelvo sobre mis pasos.
- Quería decirle... El señor Arthens murió anoche.
- ¿El crítico? - me pregunta Gégene, con una chispa repentina en la mirada, levantando la cabeza como un perro de caza que hubiera olisqueado el culo de una perdiz.
-Sí, sí, el crítico. El corazón le falló de golpe.
- Ah, vaya vaya....-repite Gégene, claramente conmovido.
- ¿Lo conocía usted? -pregunto, por decir algo.
- Ah , vaya vaya....reitera el clochard - ,- ¡siempre se nos van primero los mejores!
-Tuvo una buena vida- me aventuro a decir, sorprendida del cariz que ha tomado la situación.
- Tía Michel, tipos como ése ya no nacen, se rompió el molde. Ah vaya, -repite- lo voy a echar de menos.
- ¿Le daba acaso algo, quizás un aguinaldo para Navidad?
Gégene me mira, se sorbe la nariz y escupe a sus pies.
-Nada, en diez años ni una mísera monedita ¿qué le parece? Ah, las cosas como son, vaya carácter que tenía. Se rompió el molde, sí, se rompió el molde.
Este pequeño intercambio me perturba, y mientras recorro los pasillos del mercado Gégene
monopoliza mis pensamientos. Nunca he creído que los pobres tuvieran grandeza de alma por el simple hecho de ser pobres y por las injusticias de la vida. Pero al menos sí los creía unidos por el odio por los grandes propietarios. Gégene me saca de mi error y me enseña lo siguiente: si hay algo que los pobres detestan es a los otros pobres.
En el fondo, tiene su lógica."
La elegancia del erizo - Muriel Barbery
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