“La fuente: nido del agua. Allí se constituye, emplumándose como un ave.
Primero pía, levantando el pico hambriento hacia la lluvia que
desciende. ¿El agua nace de ser plantada? ¿O de la piedra que se
convierte, al lavarse el tiempo en sus propias lágrimas? Nadie lo sabe, nadie
lo vio jamás. El parto del agua no tiene testigos: aparecemos
siempre después.
Quien busca la fuente, escuche primero su fresco chasquido. Solo
después, arrastre los ojos entre la piedra y la hierba. Deje allí su mirar
detenido hasta que el alma, en ese recoveco por el que se distrae de nosotros,
se sienta mojada y más que halagada, alaguada. Verá entonces cómo el agua
se hincha a sí misma. Abriendo sus márgenes, soltando sus alas. Comienza el
viaje del río continuo.
El río, caligrafía del agua. Desde lo alto, parece un surco de metal
transfluyente. Limpio y solemne. Más de cerca se ve que, en las orillas, se
encabrita, contagiándose de tierra. El río ora besa, ora muerde la orilla.
Entre la caricia y el rasguño, se forman sus inciertos rumores de
amante. En su interior corren ondulantes gacelas. En ese tropel, el lecho se
convierte en sabana azul, África licuando su carne térrea. El continente se
oceanifica.
Pero el agua solo desnuda está completa. De esta forma, se distingue de
la tierra. La tierra exige cobertura, requiere construcciones. Mientras
que el agua se cobija en su propia piel. En tal desnudez, nunca se abrió surco
alguno, ninguna arruga se dibujó. Los hombres hieren la tierra, cubren de
golpes el suelo. Pero hasta ahora nadie fue capaz de herir al río ni
dejar escrita en él una cicatriz.
El río de mi infancia: acento de la tierra, pronunciación de la
propia vida. Ese río corre no por el mundo sino por mí. Como si yo fuera
natural del agua y no de un lugar terreno. En ocasiones fluye manso, diluyendo
los amargos escondrijos, consolando las aristas de mi edad. En otras, hondo y
espeso, casi imita el fuego. Entonces , me ensombrezc o en su
corriente. Y dudo ¿ahogarme y morir en el agua o en el fuego?
Al final, la furia es breve. El río simplemente se lavaba de la muerte,
sacudiendo restos de mí que se desbordan por el torrente.
El valor del río es su caminar suicida hacia el mar. La bondad del
agua es su incansable retorno al regazo de la vida.”
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