“Las primeras veces yo incluso procedía a la lectura, traduciendo la versión auténtica del soldadito. Eran letras inseguras, parecían niños que se salían de la fila. Se reunían allí más errores que palabras. El contenido no era mayor que el formato. Pues en aquel escrito no había ni una línea de ternura. ¿Aprendió el soldado la guerra desaprendiendo el amor? ¿Murió en Ezequiel el hijo para que naciera el recluta?
Pero la anciana insistía, se obstinaba. Que leyese, todo el mundo lo sabe, las letras son como las estrellas: incluso pocas, son infinitas. Yo era paciente con ella, pobre madre sin escuela ninguna. Fue entonces cuando pasé a alargar aquella tinta, dulcificando las palabras reales. En cada lectura, una nueva carta surgía de la vieja misiva. Y Ezequiel , en mi imagináutica, adquiría las infinitas maneras de ser hijo, hombre con méritos para seguir siendo niño.”
La carta – Mia Couto
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