miércoles, 12 de junio de 2013

animal instincts and deep thoughts near the end


He had always presumed the Countess of Richmond, now become again the Java Star, was going to drive herself into some inner harbor and detonate what lay below her decks.
He had presumed she was going to ram something of value as she blew herself up. For thirty days, he had waited in vain for a chance to kill seven men and take over her command. No such chance had appeared.
Now, too late, he realized the Java Star was not going to deliver a bomb; she was the bomb. And with her cargo venting fast, she did not need to move an inch. The oncoming liner had to pass only within three kilometers of her to be consumed.
He had heard the interchange on the bridge between the Pakistani boy and the deck officer of the Queen Mary 2. He knew too late the Java Star would not engage engines. The escorting cruisers would never allow that, but she did not need to.
There was a third control by Ibrahim's right hand, a button to be hammered downward. Martin followed the flexes to a Very pistol, a flare gun, mounted just forward of the bridge windows. One flare, one single spark . . .
Through the windows, the city of lights was over the horizon. Fifteen miles, thirty minutes cruising, optimum time for maximum fuel-air mixture.
Martin's glance flicked to the radio speaker on the console. A last chance to shout a warning. His right hand slid down toward the slit in his robe, inside which was his knife strapped to his thigh.
The Jordanian caught the glance and the movement. He had not survived Afghanistan, a Jordanian jail and the relentless American hunt for him in Iraq without developing the instincts of a wild animal.
Something told him that despite the fraternal language, the Afghan was not his friend. The raw hatred charged the atmosphere on the tiny bridge like a silent scream.
Martin's hand slipped inside his robe for the knife. Ibrahim was first; the gun had been underneath the map on the chart table. It was pointing straight at Martin's chest. The distance to cross was twelve feet. Ten too many.
A soldier is trained to estimate chances, and do it fast. Martin had spent much of his life doing that. On the bridge of the Countess of Richmond, enveloped in her own death cloud, there were only two: go for the man, or go for the button.
There would be no surviving either.
Some words came into his mind, words from long ago, in a schoolboy's poem: "To every man upon this earth / Death cometh soon or late . . ." And he recalled Ahmad Shah Massoud, the Lion of the Panjshir, talking by the campfire.
"We are all sentenced to die, Angleez. But only a warrior blessed of Allah may be allowed to choose how!" Colonel Mike Martin made his choice . . .
Ibrahim saw him coming; he knew the flicker in the eyes of a man about to die. The killer screamed and fired. The charging man took the bullet in the chest, and began to die. But beyond pain and shock, there is always willpower, just enough for another second of life.
At the end of that second, both men and ship were consumed in a rose pink eternity.

The afghan - Frederick Forsyth


martes, 11 de junio de 2013

el arte de la siega

"Me gusta particularmente esta escena, primero porque se desarrolla en Pokrovskaya, en el campo ruso.  Ah, el campo ruso...Tiene ese encanto  tan especial de los parajes salvajes y no obstante ligados al hombre por la solidaridad de esta tierra de la que todos estamos hechos... La escena más hermosa de Ana Karenina transcurre en Pokrovskaya.  Levin , sombrío y melancólico, trata de olvidar a Kitty.  Estamos en primavera, y se va a los campos a segar con sus campesinos.  La tarea se le antoja al principio demasiado dura.  Cuando está a punto de desfallecer, el viejo campesino que dirige la hilera de segadores ordena descansar.  Luego reanudan su tarea.  De nuevo, Levin se siente extenuado pero, una vez más,  el viejo levanta la guadaña.  Descanso.  Luego la hilera vuelve a ponerse en marcha, cuarenta hombretones aplanando los manojos de hierba y avanzando hacia el río mientras se levanta el sol.  El calor es cada vez más intenso, Levin tiene los brazos y los hombros empapados en sudor pero, a fuerza de descansar y reanudar la tarea, sus gestos antes torpes y dolorosos se vuelven cada vez más fluidos.  Siente de pronto un agradable frescor en la espalda. Lluvia de verano.  Poco a poco, libera sus movimientos del obstáculo de la voluntad, entra en el leve trance que confiere a los gestos la perfección de los actos mecánicos y conscientes, sin reflexión ni cálculo, y la guadaña parece manejarse sola mientras Levin saborea el abandono en el movimiento que convierte el placer de hacer algo maravillosamente ajeno a los esfuerzos de la voluntad.
Así ocurre con muchos de los momentos felices de nuestra existencia. Liberados de la carga de la decisión y de la intención, avanzando en nuestros mares interiores, asistimos, como a las acciones de otro, a nuestros distintos movimientos admirando sin embargo su involuntaria existencia.  ¿Qué otra razón podría tener yo para escribir esto, este irrisorio diario de una portera que se va haciendo vieja, si la escritura no participara de la misma naturaleza que el arte de la siega? Cuando las líneas se convierten en demiurgo de sí mismas , cuando asisto, como una maravillosa inconsciencia, al nacimiento sobre el papel de frases que escapan a mi voluntad e, inscribiéndose ajenas a ella en el papel, me enseñan lo que no sabía ni creía querer, gozo de este alumbramiento sin dolor, de esta evidencia no concertada, de seguir sin esfuerzo ni certeza, con la felicidad del asombro sincero, una pluma que me guía y me arrastra."

La elegancia del erizo - Muriel Barbery


sábado, 8 de junio de 2013

opiniones de pobres

"Gégene es un clochard que, desde hace años, pasa el invierno aquí, sobre sus míseros cartones, vestido con una  vieja levita que huele a negociante ruso de  finales de siglo y que, como su dueño, ha atravesado los tiempos de manera peculiar.
-Debería irse a un albergue - le digo, como de costumbre- va a hacer frío esta noche.
-Ah ah -me contesta con voz agria- ya me gustaría verla a usted en el albergue. Se está mejor aquí.
Sigo mi camino pero, atenazada por un súbito remordimiento, vuelvo sobre mis pasos.
- Quería decirle... El señor Arthens murió anoche.
- ¿El crítico? - me pregunta Gégene, con una chispa repentina en la mirada, levantando la cabeza como un perro de caza que hubiera olisqueado el culo de una perdiz.
-Sí, sí, el crítico. El corazón le falló de golpe.
- Ah, vaya vaya....-repite Gégene, claramente conmovido.
- ¿Lo conocía usted? -pregunto, por decir algo.
- Ah , vaya vaya....reitera el clochard - ,- ¡siempre se nos van primero los mejores!
-Tuvo una buena vida- me aventuro a decir, sorprendida del cariz que ha tomado la situación.
- Tía Michel, tipos como ése ya no nacen, se rompió el molde. Ah vaya, -repite- lo voy a echar de menos.
- ¿Le daba acaso algo, quizás un aguinaldo para Navidad?
Gégene me mira, se sorbe la nariz y escupe a sus pies.
-Nada, en diez años ni una mísera monedita ¿qué le parece? Ah, las cosas como son, vaya carácter que tenía. Se rompió el molde, sí, se rompió el molde.
Este pequeño intercambio me perturba, y mientras recorro los pasillos del mercado Gégene
monopoliza mis pensamientos. Nunca he creído que los pobres tuvieran grandeza de alma por el simple hecho de ser pobres y por las injusticias de la vida.  Pero al menos sí los creía unidos por el odio  por los grandes propietarios. Gégene me saca de mi error y me enseña lo siguiente: si hay algo que los pobres detestan es  a los otros pobres.
En el fondo, tiene su lógica."

La elegancia del erizo - Muriel Barbery


martes, 4 de junio de 2013

husmeando como perro

"Pero, mientras trotaba detrás de la señorita Mitford, que iba tras el lacayo, Flush estaba más sorprendido de lo que olía que de lo que veía.  Por el hueco de la escalera subían cálidas bocanadas de carne asada, pollos fritos, de sopas que hervían, tan deliciosas como los manjares que las emanaban, para las narices acostumbradas a los magros efluvios de las pobres frituras y de los estofados de la Kerenhappock.  Los olores gastronómicos se mezclaban con otros:  olores de madera de cedro y de sándalo y de caoba; olores de cuerpos femeninos y de cuerpos masculinos, olores de criados y de doncellas, de chaquetas y de pantalones; de crinolinas y de capas; de cortinas bordadas y de visillos de hilo; de polvillo de carbón y de hollín; de vino y de puros.  Cada ambiente que cruzaba -comedor, salón, biblioteca, dormitorio- ofrecía su contribución a la composición general; y, cuando Flush echaba adelante una pata y luego otra, era acariciada y retenida por la sensualidad de ricas y gruesas alfombras en las que voluptuosamente se hundía.  Por fin, llegaron a una puerta cerrada, en las habitaciones que daban al interior.  Una mano golpeó suavemente, suavemente una mano abrió la puerta."

Flush, una biografía - Virginia Woolf



viernes, 31 de mayo de 2013

the deafness of prejudice

"He could live days without speech to anyone and it came to be that he might have been  like a stranger lost in all this rushing foreign life.  For not often did anyone even ask a question of him of his own country.  These white men and women lived so enwrapped within themselves that they never cared to know what others did, or if they heard a difference they smiled tolerantly as one may at those who do not do so well from ignorance. A few set thoughts Yuan found his schoolfellows had, or the barber who cut his hair, or the woman in whose house he lodged, such as that Yuan and all his countrymen ate rats and snakes and smoked opium or that all his countrywomen bound their feet, or that all his countrymen wore hair braided into queues.
At first Yuan in great eagerness tried to set these ignorances right.  He swore he had not tasted either rat or snake, and he told of  Ai-lan and her friends who danced as lightly free as any maidens could.  But it was not use, for what he said they  soon forgot and remembered only the same things.  Yet there was this result to Yuan, that so deep and often his anger rose against their ignorance that at last he began to forget there was any rightness or truth in anything  they said, and he came to believe that all his country was like the coastal city, and that all maidens were like Ai-lan."

A house divided - Pearl S Buck


martes, 28 de mayo de 2013

buscando vínculos ... percibiendo señales

"Entre el hombre y la naturaleza puede haber vínculos que desconocemos. Porque Dios está detrás de todas las cosas - añadió sin énfasis, con la misma naturalidad que diría "sólo hay vida orgánica donde hay aire, como si mencionara casualmente algún hecho cotidiano de sobra conocido-.  Mucha gente no lo sabe y niega la existencia de Dios. Siempre ha sido así, en todas las épocas.  Nuestra época es tan desgraciada porque ha dejado de percibir directamente  a Dios... Aún hay religión, pero eso no es lo mismo... Y hay gente que se considera creyente porque teme y reza y suplica a los santos.  Pero ésa tampoco es ésa relación vital con Dios sin la cual la vida no es más que una serie de temibles accidentes.  Los que conocen a Dios no siempre son creyentes.  Yo, por ejemplo, no soy creyente en absoluto -dijo con indiferencia- A veces, voy a una iglesia, pero más bien para admirar los retablos o disfrutar de música antigua, y observo los ritos serios y austeros del ceremonial.  Todo eso resulta muy bello, pero no es tan fácil llegar a Dios.  También hace falta sacrificio."

"Sólo he querido decir que todas las creencias populares proclaman la necesidad del sacrificio. En los pueblos primitivos suelen sacrificar a alguien cuando lleva mucho tiempo sin llover o sin lucir el sol.  Yo, claro está, no creo que haya relación entre el cambio del tiempo y el suicidio de esos desgraciados huéspedes... no me entienda mal.  Sólo digo que existe relación entre todos los fenómenos -y la voz le sonó aguda y estridente- porque Dios está detrás de todo.  Esa es mi fe, una fe tan fuerte que ninguna religión puede contener dentro de sus límites.  Y cuando veo que ciertos fenómenos extraordinarios e insólitos se suceden unos a otros, no me obsesiono en la búsqueda de las relaciones entre ellos, simplemente constato que han sucedido, o sea, que uno de los fenómenos guarda alguna relación explícita o tácita con el otro.  La gente se vuelve sorda -comentó con tono mordaz- y no sólo con respecto a los sonidos. Se quedan sordos por los ruidos apagados de la vida, no oyen lo esencial, no perciben las señales"

La hermana - Sándor Márai



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martes, 21 de mayo de 2013

El encanto de la exageración

Fue preciso pedir camas y hamacas a los vecinos, establecer nueve turnos en la mesa, fijar
horarios para el baño y conseguir cuarenta taburetes prestados para que las niñas de uniformes azules y botines de hombre no anduvieran todo el día revoloteando de un lado a otro. La invitación fue un fracaso, porque las ruidosas colegialas apenas acababan de desayunar cuando ya tenían que empezar los turnos para el almuerzo, y luego para la cena, y en toda la semana sólo pudieron hacer un paseo a las plantaciones. Al anochecer, las monjas estaban agotadas, incapacitadas para moverse, para impartir una orden más, y todavía el tropel de adolescentes incansables estaba en el patio cantando desabridos himnos escolares. Un día estuvieron a punto de atropellar a Úrsula, que se empeñaba en ser útil precisamente donde más estorbaba. Otro día, las monjas armaron un alboroto porque el coronel Aureliano Buendía orinó bajo el castaño sin preocuparse de que las colegialas estuvieran en el patio. Amaranta estuvo a punto de sembrar el pánico, porque una de las monjas entró a la cocina cuando ella estaba salando la sopa, y lo único que se le ocurrió fue preguntar qué eran aquellos puñados de polvo blanco.

-Arsénico -dijo Amaranta.

Cien años de soledad - Gabriel García Márquez