lunes, 25 de junio de 2012

anomia

"Algo le ha ocurrido, ella misma lo sabe. Como si alguien le hubiera puesto gotas de algo acre, amargo y maligno en los ojos, mientras dormía: así contempla de pronto el mundo, pues todo le parece feo, hostil y malvado desde que lo ve de manera maligna y hostil. Empieza el día con rencor. Cuando abre los ojos después de dormir, su mirada tropieza con la viga retorcida y cubierta de humo de la buhardilla. Todo en aquel espacio le resulta odioso: la vieja cama, la manta de mala calidad, la silla de paja trenzada, el tocador y el jarro con asa requebrajado, el papel pintado resblandecido, el entarimado de madera: querría cerrar los ojos y sumergirse de nuevo en la oscuridad. Pero el despertador no lo permite y rechina, estridente, en los oídos. Se levanta furiosa, se viste furiosa, se pone vieja, el vestido negro y repugnante. Es consciente de la manga descosida, pero no le molesta. ¿Para qué? ¿Para quién? Demasiado bien va vestida para esos patanes. La cuestión es salir a toda prisa de aquel lugar horrible y dirigirse a la oficina. Pero la oficina ya no es lo que era. Ya no es aquel espacio tranquilo e indiferente en que las horas parecían rodar como ruedas, sin hacer ruido. Cuando gira la llave y entra en el cuarto sumido en un silencio terrible que da la impresión de acecharla, piensa de manera involuntaria en la película que vio hace un año. "Cadena perpetua" se llamaba: un carcelero acompañado de dos policías, un hombre de barba poblada, duro e inaccesible, conducía al prisionero, un muchacho débil y tembloroso, a la celda desnuda provista de barrotes. Aquel día, un escalofrío le recorrió la espalda, como a los otros espectadores, y Christine vuelve a sentir aquel estremecimiento porque ella misma es carcelero y prisionero en una persona." .

La embriaguez de la metamorfosis - Stefan Zweig