lunes, 10 de diciembre de 2012

la misión de la mente



“Se dice que el alma, es decir, el elemento primigenio humano, fue, como la materia, uno de los principios establecidos en el inicio de todas las cosas, y que poseía vida, pero no saber.  Y esto hasta tal punto que a pesar de que vivía cerca de Dios, en un mundo superior de paz y felicidad, se dejó agitar y desconcertar por su inclinación –entiéndase esta palabra en un sentido estrictamente direccional- hacia la materia aún informe, y por el ansia de fecundarla y extraer de ella formas que le permitieran acceder a los placeres de la carne.   Sin embargo, una vez consumada la seducción,  y arrojada el alma en brazos de la materia, el placer y el dolor de su pasión no se atemperaron, sino que incluso se intensificaron hasta convertirse en un tormento, ya que la materia, obstinada y apática, se empeñó en permanecer en su estado original amorfo, es más, se negó en redondo a tomar forma para complacer al alma y opuso toda la resistencia imaginable a dejarse moldear por ella.  En eso intervino Dios, seguramente pensando que, ante tal situación, no le quedaba más remedio que acudir en socorro del alma, su extraviado adlátere.  Así, para ayudar a cortejar a la esquiva materia, creó el mundo:  es decir, con el afán de auxiliar al elemento humano, concibió formas sólidas y duraderas para que el alma pudiera acceder a través de esas formas a los placeres de la carne y engendrar hombres.  Pero a continuación, siguiendo con la puesta en práctica de un plan cuidadosamente diseñado, dio un segundo paso.  Según consta literalmente en el informe que tenemos a la vista, envió al hombre la mente, directamente desde la sustancia de su divinidad, con el encargo de despertar al alma, que dormía el sueño de los justos dentro de su cáscara humana, y, por orden de su padre, hacerle ver que este mundo no era lugar para ella y que su tórrido romance era  un pecado a consecuencia del cual Dios se había visto forzado a crear el mundo.  Lo que la mente intenta sin cesar hacer entender al alma humana, prisionera de la materia, y que, si se le ocurriera separarse de ella, el mundo físico dejaría de existir de inmediato.  La misión de la mente es, pues, hacer entender esto al alma, y todas sus esperanzas y esfuerzos se encaminan a conseguir que el alma apasionada, una vez puesta al corriente de este estado de cosas, entre en razón, y, volviendo la mirada hacia el mundo superior del que procede, renuncie a sus devaneos con este mundo vil y aspire de nuevo a alcanzar su esfera natural de paz y felicidad, en fin:   que vuelva a casa.  En el mismo instante en que esto suceda, este bajo mundo desaparecerá;  la materia recobrará su apática obstinación, quedará liberada del imperativo de adoptar forma y podrá volver a gozar del estado amorfo como venía haciendo desde toda la eternidad; en fin:  volverá,  ella también, a ser feliz a su manera.”

José y su hermanos  - Thomas Mann


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