“Se dice que
el alma, es decir, el elemento primigenio humano, fue, como la materia, uno de
los principios establecidos en el inicio de todas las cosas, y que poseía vida,
pero no saber. Y esto hasta tal punto
que a pesar de que vivía cerca de Dios, en un mundo superior de paz y
felicidad, se dejó agitar y desconcertar por su inclinación –entiéndase esta
palabra en un sentido estrictamente direccional- hacia la materia aún informe,
y por el ansia de fecundarla y extraer de ella formas que le permitieran acceder
a los placeres de la carne. Sin
embargo, una vez consumada la seducción, y arrojada el alma en brazos de la materia, el
placer y el dolor de su pasión no se atemperaron, sino que incluso se
intensificaron hasta convertirse en un tormento, ya que la materia, obstinada y
apática, se empeñó en permanecer en su estado original amorfo, es más, se negó
en redondo a tomar forma para complacer al alma y opuso toda la resistencia
imaginable a dejarse moldear por ella.
En eso intervino Dios, seguramente pensando que, ante tal situación, no
le quedaba más remedio que acudir en socorro del alma, su extraviado
adlátere. Así, para ayudar a cortejar a
la esquiva materia, creó el mundo: es
decir, con el afán de auxiliar al elemento humano, concibió formas sólidas y duraderas
para que el alma pudiera acceder a través de esas formas a los placeres de la
carne y engendrar hombres. Pero a
continuación, siguiendo con la puesta en práctica de un plan cuidadosamente
diseñado, dio un segundo paso. Según
consta literalmente en el informe que tenemos a la vista, envió al hombre la mente, directamente desde la sustancia
de su divinidad, con el encargo de despertar al alma, que dormía el sueño de
los justos dentro de su cáscara humana, y, por orden de su padre, hacerle ver
que este mundo no era lugar para ella y que su tórrido romance era un pecado a consecuencia del cual Dios se
había visto forzado a crear el mundo. Lo
que la mente intenta sin cesar hacer entender al alma humana, prisionera de la
materia, y que, si se le ocurriera separarse de ella, el mundo físico dejaría
de existir de inmediato. La misión de la
mente es, pues, hacer entender esto al alma, y todas sus esperanzas y esfuerzos
se encaminan a conseguir que el alma apasionada, una vez puesta al corriente de
este estado de cosas, entre en razón, y, volviendo la mirada hacia el mundo
superior del que procede, renuncie a sus devaneos con este mundo vil y aspire
de nuevo a alcanzar su esfera natural de paz y felicidad, en fin: que vuelva a casa. En el mismo instante en que esto suceda, este
bajo mundo desaparecerá; la materia
recobrará su apática obstinación, quedará liberada del imperativo de adoptar
forma y podrá volver a gozar del estado amorfo como venía haciendo desde toda
la eternidad; en fin: volverá, ella también, a ser feliz a su manera.”
José y su hermanos - Thomas Mann
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