Tenga la bondad de presentarse en la sala de indomiciliados -comunicò el guardia. -Otra vez las indefectibles formalidades! pensè yo.
Al bajar me encontrè en una vasta sala treinta o cuarenta hombres, todos indomiciliados.
Un funcionario les interrogaba por riguroso turno, y al acabar su interrogaciòn les preguntaba si habìa recibido ya su bono de comida.
Yo estaba viendo cómo entregaban los bonos y deseando uno con toda mi alma. Llegó mi turno.
-Andrés Tangen, periodista.
Adelanté unos pasos y me incliné con respeto.
-Pero mi querido señor, ¿cómo fué el llegar hasta aquí?
Repetí la historia de la noche como mejor pude, sin arredrarme ante mi frescura. Un momento de expansión juvenil...el café....olvido de la llave.
-Sí - me interrumpió el funcionario riendo- Así debió acontecer. Bueno, ¿ha dormido usted bien?
-Como un consejero secreto -contesté- como un consejero de Estado.
Lo celebro mucho -me expresó levantándose- Buenos días.
Y se marchó.
¡Un bono! ¡También para mí un bono de comida! imploraba desde lo más profundo de mi alma. Hacía ya tres días con sus noches que no había comido nada. ¡Un pan! Pero nadie me ofrecía a mí ninguna de las dos cosas y yo no tenía valor para pedirlas. Además habría despertado sospechas al pedirlo. Y con la cabeza erguida, con el olímpico desdén de un millonario, abandoné la casa comunal.
Hambre - Knut Hamsun
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