"Oí pedir trabajo a hombres que habían sido
egiptólogos, botánicos, cirujanos, buscadores de oro, profesores de lenguas
orientales, músicos, ingenieros, médicos, astrónomos, antropólogos, químicos,
matemáticos, alcaldes de ciudades y gobernadores de estados, guardianes de
prisiones, vaqueros, leñadores, marineros, piratas de ostras, estibadores,
remachadores, dentistas, pintores, escultores, fontaneros, arquitectos,
vendedores de mandanga, abortistas, tratantes de blancas, buzos,
deshollinadores, labradores, vendedores de ropa, tramperos, guardas de faros,
chulos de putas, concejales, senadores, todos los puñeteros oficios que existen
bajo el sol, y todos ellos sin blanca, pidiendo trabajo, cigarrillos, un billete
de metro ¡una oportunidad, Dios todopoderoso,
tan sólo una oportunidad! Ví
y llegué a conocer hombres que eran santos, si es que existen santos en este
mundo, vi y hablé con sabios, crapulosos y no crapulosos, escuché a hombres que
llevaban fuego divino en las entrañas, que podrían haber convencido al Dios
Todopoderoso de que eran dignos de otra oportunidad, pero no al vicepresidente
de la Compañía Telegráfica Cosmodemónica. Clavado en mi escritorio, viajaba por
todo el mundo a la velocidad de un relámpago y descubrí que en todas partes
ocurre lo mismo: hambre, humillación, ignorancia, vicio, codicia,
extorsión, trapacería, tortura, despotismo: la inhumanidad del hombre para el
hombre: las cadenas, los arneses, el dogal, la brida, el látigo, las espuelas.
Cuanto mayor es la calidad del hombre, peor le va. Hombres que caminaban por
las calles de Nueva York con aquel maldito traje degradante, los despreciados,
los más viles de los viles, que caminaban como alces, como pingüinos, como
bueyes, como focas amaestradas, como asnos pacientes, como jumentos enormes,
como gorilas locos, como maníacos dóciles mordisqueando el cebo colgado, como
ratones bailando un vals, como cobayas, como ardillas, como conejos, y muchos,
muchos de ellos estaban capacitados para gobernar el mundo, pare escribir el
mejor libro del mundo jamás escrito. Cuando pienso en algunos de los persas,
los hindúes, los árabes que conocí, cuando pienso en el carácter de que daban
muestras, en su gracia, su ternura, su inteligencia, su
santidad, escupo
a los conquistadores blancos del mundo, los degenerados británicos, los
testarudos alemanes, los relamidos y presumidos franceses. La Tierra es un gran
ser sensible, un planeta saturado por completo con el hombre, un planeta vivo
que balbucea y tartamudea, no es patria de la raza blanca, ni de la raza negra,
ni de la raza amarilla, ni de la desaparecida raza azul, sino la patria del hombre y todos los hombres son iguales
ante Dios y tendrán su oportunidad, sino ahora dentro de un millón de años."
Trópico de Capricornio - Henry Miller