Era lo más desagradable que podía sucederle. Más de veinte personas habían asistido a la partida y a las baladronadas de Popinga.
A pesar de todo, éste no rechistó, no palideció ni se ruborizó. Al contrario, le invadió una tranquilidad irreal y profirió con voz apacible; "Son cosas que pasan, ¿no es cierto?
Al tiempo que lo decía y sin que nadie lo viese, cogió uno de los alfiles. Aquel juego de marfil esculpido, conocido en todo Groninga, pertenecía a Copenghem, quien pretendía no poder jugar con otras piezas que no fueran las suyas.
Popinga había escogido el alfil negro. De una ojeada habia calculado todo y al instante dejó caer el alfil en su jarra de cerveza.
Se percataron de la desaparición del alfil y lo buscaron por todas partes, llamaron al camarero e hicieron toda clase de suposiciones imaginables sin que a nadie se le ocurriese buscar en aquella jarra de cerveza negra, de la que Kees tuvo buen cuidado de no beber y que debieron de vaciar Dios sabe dónde, ya que Copenghem no logró recuperar jamás su alfil."
El hombre que miraba pasar los trenes - Georges Simenon
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